Morir contigo
Por Julia Gómez Lasheras

El título resume mi experiencia en este retiro de la Fundación VBM. Primero; porque en Calatorao me siento como en mi hogar: caras conocidas, una casa acogedora y las puertas abiertas que nos brinda nuestra anfitriona Mar. Segundo; porque me ha permitido volver a mi «casa real», a contactar con mi ser, el cual siempre está ahí; pero la vida diaria me mantiene distraído y no me deja ver.
Se forma «la cordada» de todo el grupo y comienza el viaje
No sé a dónde me llevará, pero no importa; porque confío plenamente en la Guía; tiene el mapa del viaje y conoce el territorio.
Primera parada: sentarse en la inmovilidad; la meditación es una gran ayuda para ir quitando capas de la cebolla que soy, y para poder atisbar cómo se siente esa persona moribunda en su lecho, sin escapatoria posible. Suena la campana y siento alivio de no estar en su lugar…
Ahora, llega el momento de la verdad: me tumbo en mi lecho y de aquí sí que no puedo escapar. Estoy agitada, inquieta; sin embargo mi cuidador está a mi lado, noto su presencia y sin que haga nada me siento reconocido porque está conmigo, de verdad, sin querer cambiar el momento presente y sin máscara. Sus cuidados son sanadores, su toque suave, tierno, reconociendo mi humanidad. ¿Me habré muerto ya y estoy en el cielo?… Vivo en mis propias carnes la importancia del contacto verdadero, lo frágil que soy en ese momento y la necesidad de este toque real y sereno… ¡Ojalá el universo me regale una muerte semejante!
Ahora cambian las tornas, yo soy la cuidadora. Mi moribundo está agitado, inquieto; sin embargo, gracias al aprendizaje vivido anteriormente me mantengo en la quietud, estoy con él con todos mis sentidos dejando que muestre su verdadera naturaleza. Me permite tocarle, y recuerdo cómo sentía yo los cuidados cuando estaba en su lugar. Despacio, más despacio, sintiendo su piel… No sé quién recibe más, él o yo. Para mí es maravilloso poder expresar toda la sensibilidad que puedo dar desde mi verdadero ser y no desde «el buen samaritano» que, a veces, creo ser.
El viaje continúa
El siguiente puerto me permite ver como actúo en mi vida, desde la distancia. Me doy cuenta de lo inconsciente que soy muchas veces, de mi intransigencia y de que intento que los demás sean como yo quiero que sean. Y de los defectos que veo en los demás que también están en mí… ¡Y yo que me creía que era perfecta!
Y el barco vuelve a zarpar permitiéndome adentrarme aún más en el silencio y acercándome a mi ser. Los sentidos se intensifican, me doy cuenta de detalles que antes no percibía; el sonido del viento, un pájaro que se mece entre las nubes, los árboles bailando al unísono, las hojas chapoteando en lo invisible, el olor a campo… y el resto del grupo, sintiendo todos a la vez, como un solo ser; ¡qué maravilloso! Doy gracias a la Madre Tierra por estos regalos.
Ya tengo más deberes para casa: cultivar la atención; al comer, sólo comer; al caminar, sólo caminar; al estar con alguien, estar presente totalmente.
Pero no sólo de aire vive el hombre, así que toca la comida, ¡y qué comida!; sabrosa, nutritiva, ligera. Se nota que está hecha con conciencia, con atención, gracias Miguel…
Se termina el viaje y me parece que acaba de empezar, que nunca me he ido
Sin embargo me siento diferente. Miro una foto que he visto cientos de veces y me parece que es la primera vez que la veo de verdad, llena de matices. Incluso puedo ver más allá de lo que el ojo no ve. Siento que quiero volver aún cuando aún no me he ido. Intentaré aplicar todo lo aprendido y experimentado, ese es mi reto.
Gracias a todos mis compañeros de viaje; cada uno de ellos me ha enseñado algo. Habéis sido mi familia estos días y os he sentido en mi corazón. Hasta pronto, Calatorao, espero volver para seguir creciendo. Hasta pronto Mar, gracias por ser como eres; por tu entrega y sabiduría. Y no quiero terminar sin agradecer a Agustín por organizar los muchos detalles que lleva este trabajo. Y también a Ana por su eficacia, entrega y alegría.
30 de octubre de 2011