La nueva Ley de Eutanasia
Mucho ruido y pocas nueces

Celebramos que se haya aprobado la nueva ley de eutanasia para tranquilidad de las personas que temen perder el control de sus vidas cuando más vulnerables e indefensas están.
Al tiempo que escribo estas líneas se está debatiendo en el Congreso de los diputados la Ley de eutanasia que previsiblemente se va a aprobar hoy, dada la mayoría parlamentaria que ha manifestado su conformidad con la norma. Todo ello después de muchos años de debate en la sociedad y de varias intentonas por parte de los sectores políticos más progresistas.
Desde la labor divulgativa y formativa de nuestra Fundación siempre hemos incluido el derecho a la eutanasia como un aspecto más a tener en cuenta, pero no lo hemos enfocado nunca como una iniciativa primordial sino tangencial, a pesar de estar de acuerdo en lo básico de la norma que se está debatiendo. Y esto es así porque siempre hemos considerado que las cuestiones al final de la vida, que deben mejorar sustancialmente, exceden con mucho la de las personas que deciden libremente terminar con su vida antes que perder el control sobre su proceso de morir, y para lo cual solicitan ayuda. Estas son un porcentaje muy minoritario de la sociedad, frente al resto de situaciones que sí se dan con gran conflicto y sufrimiento.
Así, celebramos que por fin vaya a ser regulada y despenalizada la eutanasia. La entendemos como una ayuda al suicidio en las condiciones determinadas de deterioro vital y sufrimiento inaceptable para el protagonista que está en proceso de morir. De esta manera, las personas que tienen una visión de la muerte como un proceso altamente traumático de pérdida de control sobre su propia experiencia al final de su vida, podrán sentirse más tranquilas al reconocerse jurídicamente su derecho a la autonomía para terminar con su vida. Y además, va a tener la consideración de muerte natural, no de suicidio. Esta distinción es importante, ya que con la aprobación de la ley de eutanasia en el código penal seguirá siendo delito la inducción y/o el apoyo al suicidio. Aquí me gustaría aclarar que la distinción habitual que se hace entre suicidio asistido y eutanasia no es baladí. Si ya se acepta comúnmente que la muerte es un tabú en nuestra sociedad, todavía lo es más el suicidio porque éste conlleva una connotación de rechazo social todavía más pesado, mucho más, que el de la muerte, que ya es decir. Por tanto, para poder sacar adelante la ley de eutanasia ha sido necesario hacer concesiones y marcar distancias nítidas, regulando las garantías necesarias para que sean los médicos los que decidan si la petición de eutanasia es un suicidio o no. En este marco, no podemos dejar de señalar aquí la perspectiva de conflicto social y médico que se avecina, ya que el personal sanitario y la ciudadanía aún desconocen leyes como la de la Autonomía del Paciente o las leyes autonómicas de derechos y deberes en el proceso de morir.
En nuestra experiencia formando a personas interesadas de todo ámbito, también a profesionales socio-sanitarios (medicina, enfermería, auxiliares de clínica, etc.) de hospitales, residencias de mayores, cuidadores de ámbito domiciliario, etc., hemos constatado que la mayor parte del sufrimiento tan intenso y traumático de las situaciones de final de vida, y sus conflictos, tienen que ver con el nulo conocimiento de estas normas obligadas, y la ética que las sustenta, por parte de los profesionales en general y de los usuarios. Un desconocimiento lesivo en la práctica clínica habitual que genera mucho conflicto entre profesionales, familiares y pacientes debido al estrés y la tensión emocional propias de las situaciones de pérdida. En general, cuando a la gente se le comunica bien y se le informa sobre lo dispuesto en estas normativas, suele haber, primero, sorpresa y después clarificación, y consecuentemente una mayor aceptación de la situación.
¿Y por qué esta dificultad de cumplimiento de la normativa vigente tan lesiva para los protagonistas, los moribundos y sus familias? Sencillamente, falta formación e información para que las personas puedan ir destilando sus propios criterios y preferencias ante el proceso de morir. Entonces, si esto no cambia, ¿qué posibilidades reales tiene esta nueva ley de generar un cambio benéfico para todos? Pensamos que quizás la aprobación de esta ley de eutanasia sea el impulso que necesita nuestra sociedad para emplearse en serio en procurar unos cuidados paliativos integrales a todos los ciudadanos, siquiera sea para minimizar las peticiones de eutanasia.
En estos días se escucha, por parte de las fuerzas políticas conservadoras que se oponen a la aprobación de la eutanasia, la reivindicación del desarrollo de los cuidados paliativos, cuando hasta la fecha lo que ha habido ha sido un desinterés clamoroso. Aunque solo fuera por eso ya habría merecido la pena la aprobación de esta ley. Cuanto más para garantizar el derecho de autonomía para morirse una a voluntad. Sin embargo, los cuidados paliativos integrales deben comprenderse en toda su amplitud, con un mayor alcance que el de la sedación terminal, que es lo que se ha popularizado hasta ahora, y que por falta de cultura social se aplica a veces de forma tan torpe.
Mucho nos tememos que las condiciones para evitar el sufrimiento evitable al final de la vida sigan sin atenderse debidamente, ni siquiera con la implementación de esta ley a partir de abril. Por mucho que la batalla política por la eutanasia por parte de algunos sectores de la sociedad haya sido ardua y valiente, vivir un buen morir y el arte de acompañar va mucho más allá de regular y garantizar jurídicamente el derecho a la eutanasia. Se trata de un asunto complejo y lleno de matices que no se presta a simplificaciones.
Para empezar, hay que dilucidar con claridad las motivaciones de la petición de eutanasia, tanto por parte del paciente como por parte del entorno. Según Marie de Hennezel hay que distinguir tres tipos de muerte provocadas en el ámbito clínico:
1.- La muerte “robada”, o clandestina, es la provocada “antes de hora” a un paciente que no lo pidió, por un médico, cuidador o persona cercana que no soportaba verlo sufrir sin hacer nada. Por ejemplo, poniendo más dosis de mórficos, o cualquier otra acción que puede provocar la muerte “natural”. Se da a expensas del enfermo sin informarle, “para que todo termine ya”. Puede ser también que se haya dado autorización para la sedación terminal y exista una torpeza por parte de quien tiene que aplicar la sedación, que no ha previsto un preaviso para que el paciente y la familia se preparen para la despedida. La familia puede sentir que no se ha podido despedir y que “me lo han matado antes de hora”.
2.- La muerte solicitada por un paciente que pide terminar “porque no puede más”. Es una llamada de socorro que hay que saber descifrar. Normalmente es considerada petición de eutanasia, pero en muchas ocasiones enmascara un sufrimiento físico o psíquico que podría ser calmado con:
- Mejor analgesia,
- Cuidados de confort,
- Calidad de atención, escucha y presencia,
- Comunicación autentica.
Hay que tener en cuenta que la petición puede ser también una expresión de violencia contra cuidadores y médicos cuando el paciente siente que la frustración o violencia que experimentano es reconocida ni aceptada por el entorno sino reprimida. Entonces se convierte en agresor/a para forzar al otro a implicarle en su historia, es una manera de existir a sus ojos. Y no podríamos decir que es el mejor clima interior y exterior para morir. Aquí falla la comprensión por parte del entorno del proceso psicológico del morir y su incapacidad para gestionarlo de forma compasiva y eficaz.
3.- La muerte exigida, (que es exclusivamente la que se autoriza con la aprobación de esta ley de eutanasia). Es la de los pacientes que piden la eutanasia de forma clara, firme y repetidamente porque:
- Desean morir antes que estar disminuidos en su capacidad para relacionarse conscientemente con los demás.
- Porque desean mantener el control y realizar una celebración para decir adiós controlando sus tiempos.
Y más allá de esto está el gran número de personas al final de su vida que están incapacitados para expresar su voluntad, por lo que se minimiza mucho el ámbito de aplicación de esta nueva ley. No obstante, si la persona ha previsto en su documento de voluntades anticipadas (DVA o testamento vital) que le sea aplicada la eutanasia podrá ser, por ley, respetada. En nuestra experiencia, sin embargo, constatamos que hay mucha resistencia, aún actualmente, por parte de familiares y sanitarios en la aplicación de lo dispuesto en el DVA, lo que con la inclusión de la petición de eutanasia prevemos que todavía se va a complicar más. Por otra parte, está la consideración de la objeción de conciencia del profesional sanitario, familiar o cuidador para cumplir con la petición de la ayuda para morir. Es importante considerar en primera persona hasta qué punto tenemos derecho a pedirle a los demás ayuda para morir. Esta ayuda solo puede entregarse desde una genuina compasión, no puede ser forzado. Si alguien se sintiera obligado por razones laborales, emocionales o de otra índole, a nivel consciente o inconsciente, acecharían problemas psicológicos posteriores a tener muy en cuenta, como ya se ha estudiado en los países donde se aplica la eutanasia.
Es por todos compartido que lo que subyace en el fondo de este debate es la cuestión del poder en la toma de decisiones, y esto es materia sensible cuando se trata de la aceptación de la muerte como algo natural. A partir de ahora, con esta ley garantista, será un médico o dos que no ejerzan la objeción de conciencia, más una comisión, quienes determinarán si el deseo de acabar con la propia vida es un suicidio o una “muerte natural”. Y no sé si esto es verdaderamente autonomía personal, lo dejo como una reflexión.
Nuestra sociedad ha simplificado y polarizado este debate sin realizar una discusión real de sus matices, ofreciendo una versión que rechaza su dimensión espiritual y que no sienta las bases de lo que es un buen morir. Esto se debe a la negación de la muerte que viven los seres humanos actuales y que constituye una defensa psicológica que nos dificulta ver el fallecimiento como lo que es, algo natural e inevitable. Una verdadera transformación social para humanizar el proceso de morir requiere apostar por un cambio de actitud y conciencia social ante la muerte que implique algunas medidas imprescindibles.
Desde la Fundación Vivir un buen morir proponemos las siguientes:
- Una adecuada formación continua obligatoria de los profesionales sanitarios en habilidades de comunicación con el paciente y su entorno, teniendo en cuenta y respetando debidamente los valores del propio interesado.
- Ningún profesional de la sanidad debería trabajar sin la motivación adecuada en entornos donde hay personas que mueren y sin una adecuada formación en el afrontamiento del proceso de morir y sus diferentes fases.
- Debería promoverse más en la sociedad la pedagogía social sobre los derechos y garantías de las personas al final de su vida, recogidas en la legislación vigente sobre bioética y cuidados paliativos integrales, colaborando con diferentes entidades que nos dedicamos a ello mediante las actividades de formación y divulgación. La muerte no es una responsabilidad en exclusiva del entorno sanitario, debe ser asumido por toda la sociedad en su conjunto.
Esta es la labor a la que nos hemos entregado en la Fundación VBM desde sus inicios, en 2007. Creemos que no es posible abordar la humanización y dignidad del proceso de final de vida sin una adecuada información y formación. Es una labor lenta, mucho más que conseguir la aprobación de la ley de eutanasia; se trata de ir promoviendo una madurez humana ante nuestros desafíos existenciales, inspirándonos en otros seres humanos antes que nosotros y al tiempo actualizando estos retos bioéticos a la realidad del siglo XXI.
En ello estamos.
Gracias por tu atención. Y también por apoyar nuestra labor si deseas sumarte a esta misión con tanto sentido vital. Esperamos motivarte para que puedas darle curso a tu aspiración de hacer del final de la vida una ocasión de apertura amorosa, de armonía y de paz compartida con nuestro entorno de relaciones. Todos merecemos despedirnos de esta vida, tal y como la conocemos, de una forma sana y bella, rindiéndonos a su misterio y honrándolo con profundidad de conciencia.
María del Mar López